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  • Foto del escritorPilar Paredes

La venganza es dulce

¿Quién no ha soñado alguna vez con vengarse de aquel jefe tan presuntuoso? ¿O del compañero pelota que ponía en copia oculta a otros destinatarios confidencias por email?


¿Quién no salido alguna vez del trabajo tan agotado mentalmente como si portase encima el peso de la responsabilidad de haber cortado el cable rojo en vez del verde y provocado un colapso nuclear?


La mayoría hemos pasado por situaciones estresantes, injustas e incluso tan difíciles que nos hemos cuestionado si volver al día siguiente.


Y es que convivir con ciertas personas, pasar tantas horas concentrado en tareas que muchas veces nos son impuestas, no entendemos o no nos gustan, pueden desembocar en episodios emocionales muy intensos, sobre todo si ya estás viviendo circunstancias personales estresantes.


Porque, digamos la verdad, por mucho que tratemos de conciliar la vida laboral con la familiar o personal y tengamos un horario flexible, desconectar del trabajo, es realmente difícil.


Si eres una persona responsable e involucrada, aunque no te guste todo lo que haces, asumes esa responsabilidad como si fuera tuya.


Si, además, tu vida personal no es plena, puede que el cortocircuito salte en el trabajo y acabes pagándolo con quién no debieras.


Una mala contestación, una mirada de odio, un descuido intencionado…


Todos podemos dejarnos llevar por nuestras frustraciones y provocar sin querer alguna que otra tensión.


Nos dicen que la inteligencia emocional es la respuesta, y la verdad es que ya hemos tratado de mejorar el ambiente laboral, de crear equipos más colaborativos, de flexibilizar la jornada, tele-trabajar, espacios de coworking oxigenados y con “buen rollito”.


Sí, lo hemos hecho todo y lo seguimos haciendo. Reconocemos nuestros errores, pedimos disculpas, mejoramos, escuchamos… Lo arreglamos y lo entendemos, son cosas del día a día.


Cosas del trabajo, pero…


Muchas veces no eres tú, ni soy yo, simplemente es él (o ella).

Y, sino que se lo digan al protagonista de “Infierno de Cobardes”


Un western bastante oscuro dirigido y protagonizado por el famoso actor y director Clint Eastwood.


Como muchos otros filmes del género, la venganza se convierte en el objetivo de la realización personal, buscar la justicia más allá de donde la ley no la satisface.


No descansar hasta “resarcirse del daño causado”.


Y es que, aunque la venganza esté mal vista, en muchas sociedades antiguas la justicia se basaba en devolver al culpable el mismo daño que el causado a la víctima, y sino era posible, recurriendo entonces a otros miembros de la familia. Se trata, efectivamente en la famosa “vendetta”.


Y es que, si alguien asesina a un miembro de la familia, para equilibrar la balanza de la justicia, es preciso hacer lo mismo con otro miembro de la familia rival.


En Japón los samuráis mantenían un código de justicia basado en el katakiuchi



O lo que es lo mismo, asesinar al miembro Samurái de otro clan por cada miembro varón que fuese asesinado por el clan contrario. Y siendo un código legal, era preciso pedir permiso para llevarlo a cabo.


En la actualidad esta práctica ya no está permitida en Japón, pero el sentido del honor y sus códigos de justicia aún impregnan la cultura nipona.


Y es que la venganza está relacionada con el placer.


Un investigador, David Chester, de la Universidad de Virginia Commonwealth, estudiando las conductas agresivas en los seres humanos, se dio cuenta de que existían ciertos mecanismos emocionales que actuaban como intermediarios entre el deseo de represalia y el consecuente acto agresivo.


Y así descubrió, que hay una zona del cerebro que se activa cuando una persona es insultada o rechazada causando un dolor emocional profundo y que a medida que se experimenta el placer de la esperada venganza, este dolor comienza a convertirse en placer.


Será que finalmente la venganza es dulce.


Después de una serie de experimentos con un muñeco vudú al que los participantes podían “pinchar”, el profesor concluye, eso sí, con cierta prudencia, que el deseo de venganza, es de algún modo positivo, porque te protege.

Gracias al mecanismo de supervivencia del ser humano, la venganza se puede convertir en un efecto disuasorio.



Porque la venganza requiere un tiempo de estrategia, planificación, y mientras el cerebro va visualizando y preparando el escenario donde servirá ese “plato frío”, uno se va preparando, formando, aprendiendo y eso puede implicar una mejora.


Es el caso del actor Anthony Hopkins que confesó públicamente que la venganza había sido la motivación de su carrera como actor pues, ante el desdén de Richard Burton, cuando el joven Anthony le pidió un autógrafo, decidió que haría todo lo posible para conseguir el éxito en su carrera de actor.


Y es que “vengarse del mundo” también es un buen motor para el éxito.


La obstinación suele ser atributo de las personas ambiciosas y que no dudan en superar cualquier obstáculo en su camino para conseguir su objetivo.


Es famosa la frase de Escarlata O´hara cuando regresa a su destrozada tierra natal tras de la guerra de secesión del Norte contra el sur.


“A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre”



Y lo cumplió: llegó a ser una de las empresarias más prósperas del nuevo sur.


La venganza está mal vista, definitivamente, pero ¿quién no ha experimentado ese placer cuando te llegan noticias de que ciertas personas que te causaron daño están ahora experimentando en sus carnes el dolor que han provocado?


Seamos honestos.


Es probable que no hayamos ejecutado ningún acto de venganza, a lo mejor sólo nos hemos esforzado en aprender, mejorar, prosperar, etc., y el “karma” simplemente ha hecho su trabajo.

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