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  • Foto del escritorPilar Paredes

¿Cómo funciona el proceso creativo?


Cuando de marketing se trata muchos tenemos en la cabeza la imagen de los creativos de la serie Mad Men, que para aquellos que no la habéis visto trata sobre la historia de una agencia de publicidad de la Avenida Madison de New York, calle famosa por ser la sede del negocio de los publicistas, cuyos profesionales fueron acuñados por el nombre de “Mad Men” en los años 50.


Estamos hablando del inicio del Marketing antes de que se ampliara el concepto porque, aunque coexistan, Marketing es una cosa y Publicidad otra.


En la actualidad hay muchos perfiles relacionados con el marketing, sobre todo desde la impulso de internet como medio digital y la universalización de las Redes Sociales como canal de comunicación.


Así hablamos de técnicos de SEO, especialistas en SEM, Social media manager, Comunity managers, Copywritter, etc.


Sin embargo, para los que nos dedicamos a ello sabemos que una aptitud imprescindible de un profesional del sector es la creatividad.


Y eso, amigos, no es fácil de definir.


Saber cómo diseñar una campaña de marketing e implantarla, no es algo tan difícil como puede parecer en un primer momento, si dispones del conocimiento y las herramientas necesarias.


En la actualidad, los profesionales del marketing contamos con multitud de programas de software que nos ayudan a analizar, organizar, automatizar, diseñar, optimizar e implementar nuestras estrategias de marketing.


Incluso, podemos conocer a través del análisis de datos cómo van a repercutir nuestras campañas en el publico objetivo que previamente hayamos segmentado también gracias a herramientas de CRM y automatización.


Hoy en día hasta podemos escribir el “blog” perfecto con las palabras claves más adecuadas en base a nuestro sector y presupuesto gracias al Big Data universal de Google Analytics o Semrush.


Sin embargo, nada de esto puede funcionar si el cerebro creativo no está “encendido”.



Pero no todos los profesionales del marketing son personas con una alta sensibilidad artística o inventiva, y esta capacidad es muy importante para el éxito de una campaña, porque sin la idea inicial, ésta no sería posible.


Cuando se te pide que promociones un producto que desconoces o que no te gusta, el proceso creativo es mucho más arduo, pero en eso consiste nuestro trabajo, por eso os voy a contar la historia de este proceso creativo en el que acabé encontrando la forma de promocionar mi ciudad y un extraño objeto formado por dos paraguas unidos entre si.


El doble paraguas:


Me han pedido los de la empresa Umbreya (ficticia) que les ayude a promocionar un paraguas doble.


Cuando vi por primera vez el artilugio pensé que sería difícil mostrar los beneficios de semejante artefacto, puesto que su considerable tamaño y peso, tal y como aparecía en la imagen que me mostraron, no parecía, en principio, fácil de manejar.


Mientras subía a un vuelo de Ryanair - directo desde Valencia, ciudad en la que resido actualmente, a mi tierra, Santiago de Compostela - me preguntaba por qué mis queridos amigos de Umbreya habían inventado tal cosa y pensado en mí para promocionarlo.


Obviamente, como gallega oriunda de la ciudad más lluviosa de España (aunque gracias al cambio climático, no tanto) debieron concluir que yo era la candidata idónea.


Mientras pensaba ansiosa en el momento de llegar y coger en mis manos el artefacto, me asomé a la ventanilla del avión: estábamos llegando.


Hacia abajo podía ya vislumbrar los campos verdes empapados de rocío, la silueta de algunas vacas que empezaban sus paseos matinales por el prado, algo difuminadas por las nubes grises y la niebla baja en las colinas.


Pensaba que, con suerte, el tiempo sería llevadero , y quizá no hiciese aún tanto frío.


Uno se acostumbra rápido al clima agradable y soleado del Mediterráneo.

Una vez aterrizado el avión, mientras los pasajeros se iban aproximando a la salida, me subí la cremallera de mi plumífero - que sólo uso cuando voy a mi tierra - y me preparé para aspirar el golpe fresco del olor a hierba del aeropuerto de Lavacolla.


En este viaje, como en tantos otros, aún me emociona el dulce sonido del acento del lugar, que siempre me ha sonado amable y cariñoso.


Camino del hotel, la carretera vieja del aeropuerto va desfilando por innumerables casitas de piedra de las que, a tempranas horas, empieza a salir humo de las chimeneas. Me imagino lo que estarán cocinando, tal vez café, o quizá ya un caldo caliente.


Desafortunadamente, encerrada en el autobús no llega hasta mí el entrañable aroma de la leña. Veo lo mucho que ha cambiado el entorno desde mi niñez, cada vez más hotelitos, el camino de Santiago tan bien señalizado…


Hay algunos peregrinos con botas e impermeable amarillo sobre las mochilas, y aunque en estos momentos no llueve, van bien protegidos. Pienso lo ansiosos que deben estar por llegar, a solo un kilómetro del albergue del monte del gozo y a tres de la Catedral.


Llegando ya por fin a la parada de mi hotel, el Compostela, uno de los mejores de la ciudad, no sólo por su situación privilegiada respecto al centro histórico, sino por la comodidad de las habitaciones y el excelente trato del personal.


Cuando subo a mi habitación y me asomo al balcón, veo personas esperando el autobús en la parada, mujeres que salen y entran de Zara y algunos turistas buscando en el móvil la ubicación de la Catedral.

Aunque todos los transeúntes van abrigados y prevenidos con sus paraguas bajo el brazo, se filtra el brillo del sol entre las nubes.


Me gusta el cielo de Santiago, la inclemencia de su clima hace que a menudo tengas sol y nubes a la vez; te abrochas el abrigo, cierras el paraguas, te pones las gafas de sol, todo en un mismo día. Es difícil saber lo que te tienes que poner, y debes prepararte para todo.


Es curiosa la sabiduría popular, esa que tienen muchos gallegos, mi madre por ejemplo, siempre certera con el pronóstico del tiempo. Si me recomienda llevar paraguas y no lo hago, es muy probable que me pille el chaparrón.


El paraguas es, pues, un complemento imprescindible en Compostela, de igual la época del año.


Muchos visitantes se admiran de la cantidad de lluvia que puede caer en un día, pero a los de aquí no nos sorprende.


En Santiago la lluvia es arte, o eso dicen. La belleza de las piedras mojadas reflejando todo el esplendor barroco de la Catedral, las losas de piedra de la Rúa do Villar, los soportales de la Rúa Nova, la imagen romántica de la plaza de la Quintana, con sus escalinatas de piedra y el reflejo de la luna sobre la casa de la Parra.


Santiago tiene ese encanto mágico que enamora al turista, no sólo por la belleza de esta ciudad medieval adonde durante siglos han acudido peregrinos de todo el mundo, sino por el cálido recibimiento de sus paisanos.


En Galicia si alguien te invita a comer en su casa, ten por seguro que la comida durará unas cuantas horas, te quedarás al café, a merendar y probablemente a cenar, conocerás a la familia entera y quizá a algún vecino.


¡Y qué bien se come! De eso no hay duda, dada la alta calidad de la materia prima: la carne, la verdura, el pescado, el marisco, la generosidad de los platos... En cualquier sitio comerás en abundancia y bien. Para los gallegos es inconcebible acabar de comer y que sobre algo. Quedarás lleno y guardarás para más tarde. La comida es algo tremendamente importante que nos encanta compartir.


Salgo ya por fin del Hotel y me dirijo a la Rua do Franco, es la zona de vinos, allí he quedado con un amigo a quien hace mucho tiempo que no veo. Nos tomaremos probablemente un Albariño o una Estrella Galicia y saborearemos todas las tapas gratis.


Solía haber una competición para los estudiantes llamada el porque el primer bar se llama Paris y el último Dakar: la competición consiste en recorrer todos los bares bebiendo una “Cunca” de vino de Ribeiro. Es sabido que pocos llegan al final.


Mi amigo y yo acabamos cenando Pulpo y zamburiñas en un restaurante de la zona Vieja, uno cualquiera porque la verdad, todos son buenos.


El servicio es excelente; la amabilidad y entrega de los camareros, estupenda. Parece que están felices con su trabajo y se les nota, aunque yo creo que eso forma parte del carácter gallego, siempre te hacen sentir como en casa.


Salimos de cenar y nos dirigimos a uno de los pubs más antiguos de Santiago, el Modus Vivendi: por dentro es de piedra, siendo el salón principal una antigua cuadra - aún está el bebedero para los animales - .


Todos los locales nocturnos de la Zona Vieja están en edificios históricos y las paredes son de roca limpia: entre las ranuras, la gente suele colocar monedas y al entrar en uno cualquiera, sus paredes arrojan brillos y destellos, animando el ambiente.


Me encantan los nombres: la Borriquita de Belén, el paraíso, el Fucolois, el Metate…

Tras la Catedral, en verano, se llenan de gente las terrazas, disfrutando de las temperaturas.


En Compostela, Un rayo de sol inesperado es recibido con alegría y saca a todos de sus casas.


Pero cuando llueve nada nos detiene, el espíritu sigue igual, uno no deja de salir a divertirse porque caiga un poco de orvallo.


Al salir del Modus, empezamos a bajar una cuesta pronunciada, comienza a llover y buscamos refugio en los soportales.


Por el medio de la Rúa veo una pareja de novios riendo mientras tratan de abrazarse con sus respectivos paraguas; quizá se conozcan desde esa noche, quizá desde hace tiempo pero sus miradas cómplices me llevan a pensar que están enamorados, y, tras tratar inútilmente de acercarse por el choque de sus paraguas, la chica cierra el suyo y corre a abrazar a su amado bajo el negro paraguas de éste: entonces se besan y siguen caminando, resbalando la lluvia por las mangas de él.

Pero seguro que en esos momentos no le importa.


¡Ya está, ya lo tengo!. Empiezo a entender el invento: dos paraguas unidos por un lateral, atados inseparablemente por la fábrica del amor.


Tengo ya ganas de hablar con mis amigos de Umbreya. ¡Lo han logrado!!


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