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  • Foto del escritorPilar Paredes

Cerebros hambrientos

Actualizado: 24 oct 2020


Hay cerebros que no descansan nunca y hay cerebros que nacen así: hambrientos de conocimiento.

Una vez observé a un niño en una tienda de juguetes.

Era la víspera de Navidad y sus padres ansiosos esperaban en la caja para pagar mientras su hijo, de unos siete años, jugueteaba con los “gadgets” del mostrador, que cómo ya sabéis son artículos de precio medio/bajo, útiles para subir un poco más el ticket medio.

Se trata de artículos atractivos para los niños y que los padres suelen comprar para calmar a sus, momentáneamente, caprichosos hijos.

Ese día, el niño en cuestión se había encaprichado con un pequeños puzzle de tres dimensiones y rogaba insistentemente a su madre para que se lo comprara.

Esta, ya cansada de esperar en la cola y a punto de ser atendida, cogió el juguete del niño y ,sin comprender exactamente lo que el chaval había visto en el objeto que despertaba su interés, se lo quitó de las manos bruscamente y lo volvió a colocar en su sitio.

Entonces, se fijó que había unas pelotitas de gomaespuma de llamativos colores en justo al lado, y apretando una, se la ofreció al niño diciendo:

-“¿Para qué quieres eso?, te compro esta pelota que es más bonita.”

El niño, elevando mimosamente la voz le contestó:

-“¡¡Pero yo quiero el puzzle!!”

Os imagináis lo que pasó a continuación: la madre y el niño empezaron a discutir, y el chaval, ante el temor de quedarse sin nada, aceptó humildemente la pelotita antiestrés amarillo fosforescente.

Cuando salieron de la tienda, en la que yo trabajaba, por cierto, me dirigí a mi compañera y ambas intercambiamos miradas de desilusión.

¿Estábamos perdiendo a un cerebro hambriento?

Prefiero pensar que no, pues seguramente esa chispa que llevaba el chaval en su interior, tarde o temprano prendería y ya no se dejaría apagar.

Y es que algunos cerebros nacen así, se alojan en cuerpos y crecen en espacios totalmente inesperados.

En circunstancias de lo más adversas, áridas y analfabetas pueden brotar los cerebros más lúcidos e inteligentes. Y esto es algo que no se puede calcular.

Es mejor estimular y motivar al cerebro, sin duda, pero en el desarrollo de un niño, muchas veces, no se sabe por dónde va a salir su vocación.

Dicen que el cerebro consume glucosa en cantidades descomunales y por eso, la actividad cerebral, es decir, pensar, adelgaza.

Buen motivo para usarlo, ¿no?

¿Dato curioso, cierto? Y divertido también, aunque no sirve de regla si consideramos a grandes y voluminosos genios de la talla de Orson Welles, por ejemplo.

Yo nací curiosa, uno de los días más felices de mi vida fue cuando por fin aprendí a leer.

Recuerdo ir en el autobús con mi padre y pegada al cristal a la ventanilla, leer en voz alta todos los letreros: “Peluquería Carmiña”, “Cafeteria Palacio”, “Dr. Vazquez Alonso, Medicina general”

Estaba entusiasmada: ahora podía, no sólo expresar todo lo que veía y sentía, sino, descubrir un mundo nuevo a través de las letras.

Me imagino que algunos pasajeros acabaron hartos de escucharme, pero recuerdo aquel día como el nacimiento de mi cerebro hambriento.

Pocos placeres hay como aprender o descubrir algo por uno mismo, ya sea, desarrollar una destreza deportiva, superar un examen con éxito, elaborar la tarta de chocolate perfecta o programar una aplicación para el móvil.

Para la tribu de los hambrientos, no hay límites.

Porque lo que a un cerebro hambriento “le pone” no es conseguir el premio Nobel o escribir la gran novela americana.

No, a un simple y común cerebro hambriento lo que le produce mayor placer es alimentar a sus inquietas neuronas con nuevos sabores de conocimiento.

Existen cerebros hambrientos por todas partes, te lo puedes encontrar en un taxi, en una pescadería o en el bar de la facultad.

Un cerebro hambriento es libre.

A veces sufre por incomprensión, porque le gusta pensar lo mejor y de vez en cuando se lleva algún chasco. Pero su avidez siempre despierta y dispuesta a la acción le reconforta cuando encuentra una razón para seguir adelante: el mundo se le presenta infinito ante él y lleno de posibilidades…

¡Y en ocasiones la fiesta se convierte en una orgía!

Porque el cerebro hambriento, paseando por la vida, un día tropieza con otro de su misma especie, y entonces comienza la verdadera experiencia: la creatividad, la productividad y la eficiencia.

Los cerebros hambrientos unidos entre sí y trabajando juntos, tan diferentes y tan imperfectos, cada uno compartiendo sus descubrimientos, sus experiencias y mezclando sus ansias curiosas con su partener, consiguen lo imposible: empezar a cambiar el mundo.

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