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  • Foto del escritorPilar Paredes

11 de Septiembre


Hace 20 años, un día como hoy, sentada en el sofá del salón de mi piso compartido en Valencia viendo los Simpson, sentí que me abandonaba la inocencia.


Dicen que una de las características de la madurez es la pérdida de la inocencia, por eso cuando cambié de canal durante los anuncios de Antena 3 y vi como un avión se estrellaba contra las Torres Gemelas de Nueva York, la ciudad en la que yo había pasado un tiempo y había marcado parte de mi vida, sentí que algo del pasado se perdía para siempre.


Nueva York es la ciudad donde todos los sueños se hacen realidad, o al menos así lo decía el protagonista de la película City Hall ( John Cusack) después de desenmascarar una trama de corrupción en el ayuntamiento de la Gran Manzana.




Millones de emigrantes de todos las razas y culturas han viajado a USA para hacer realidad sus sueños, yo tuve la suerte de conocer a muchos de ellos, escuchar sus historias y aprender de sus experiencias.


Y es que, en la ciudad de New York, uno se siente como en la capital del mundo y no es difícil entablar conversación con cualquier transeúnte, el espíritu del soñador, las ganas y la ilusión por mejorar cada día parece que impregna el carácter del neoyorquino que suele ser amable, sociable y muy “polite”.


Para otros la ciudad de New York se puede considerar la encarnación de una Sodoma y Gomorra moderna.


Debido a su alto índice de población y su importancia estratégica como sede de la bolsa más importante del mundo: Wall Street, no es extraño que el “diablo” campe a sus anchas por doquier.


Un demonio que puede ser realmente atractivo si se encarna en el personaje de Al Pacino de “Pacto con el diablo”


Sin embargo, la ciudad de New York sufrió un colapso un día como hoy hace veinte años y además de los miles de muertos, la herida en el orgullo fue mucho más profunda.


La invulnerabilidad de la primera City mundial, el estandarte del progreso y la libertad, la Tierra prometida para algunos y la respuesta a muchos sueños de infancia había sido atacada en su honor.


Aquel 11 de septiembre, millones de personas se dejaron arrastrar por sus emociones y el invisible escudo de protección desapareció.


La seguridad de la tierra firme tembló, y hizo dudar a muchas personas de la consistencia de la realidad.


Para el filósofo Descartes, conocemos el mundo a través de nuestras experiencias, y estas no nos aportan fiabilidad:


¿Cómo puedo yo saber que a la vuelta de la esquina sigue habiendo una calle si en otras ocasiones mis ojos me han hecho creer que una pajita sumergida en un vaso de agua se curva cuando en realidad permanece recta?


¿Cómo puedo fiarme de mis sentidos si estos me engañan?


Para Descartes la solución es clara: dudar de todo.

“Cogito, ergo sum”


Pienso, luego existo, aunque profundizando en la reflexión cartesiana, se trata del acto de cuestionar, dudar, ya que la única certeza posible es la existencia del agente pensante: qué cuestiona, qué duda.


La duda debió ser terrible para todos aquellos neoyorquinos que se sentían seguros en la primera “orbe” del mundo occidental, y más aún el desconcierto de no tener las respuestas a los “porqués” y los “que va a pasar ahora” que asolaron sus mentes.


Y es que muchos de ellos se sintieron atacados en lo más profundo: sus sueños.


Cuando el hombre se siente inseguro se aferra con fuerza a sus sueños, porque los anhelos representan la posibilidad de una vida mejor, una solución, una esperanza, una oportunidad para conocer a la persona correcta o encontrar el trabajo adecuado.


Una amiga que sobrevivió al duro 11 de Septiembre en Nueva York, decidió asustada, dejar la tierra de los sueños para vivir en Europa y años después experimentó el 11 de Marzo en la capital de España.


Tiempo después reflexionamos juntas sobre el hecho: y es que, el miedo no te aparta de la experiencia, y la huida no siempre es el camino más fácil.


Años después volví a Nueva York y visité el espacio donde antes habían estado las Torres Gemelas. Paseando por la zona cero un estremecimiento recorrió mi cuerpo.


Yo había estado allí en varias ocasiones.


Crucé la calle y entré en una pequeña iglesia donde todavía se recuerda a los cuerpos de seguridad que perdieron la vida cumpliendo con su deber.


Algo se percibía en el aire que me llenó de una gran emoción.


Todos sabemos que el mundo continuó tras el 11 de Septiembre, los habitantes de Nueva York siguieron a delante con sus vidas y poco a poco fueron superando el dolor.


Porque la vida sigue, y como diría el gran filósofo español Ortega y Gasset:


“La vida es aquello que hacemos y qué nos pasa”.


Por lo tanto, amigos, nosotros tenemos la llave para vivir nuestra vida, pase lo que pase.



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