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  • Foto del escritorPilar Paredes

La historia de Marie

Actualizado: 25 oct 2020

Una historia basada en hechos reales.

No es su verdadero nombre, pero ahora que es francesa le gusta que la llamen así. Marie ya había nacido francesa sin siquiera conocer Paris: su pelo rojo, las bailarinas, la gabardina, la boina...


Fue mi compañera de escuela y mi única amiga pelirroja. De pequeña no se exponía al sol porque de hacerlo, se quemaba.


Ambas cantábamos en el coro del colegio. Si bien yo era del montón, ella tenía una preciosa voz de soprano.


Sus padres eras artistas; su madre, cantante, tuvo un accidente de tráfico que acabó con ella durante una de sus giras, cuando Marie tenía sólo doce años. Su padre era pianista, y aunque no un músico destacable, se ganaba bien la vida como profesor presumiendo incluso de tener discípulos entre los hijos de personajes influyentes de la ciudad.


Vivíamos todos en una capital de provincias y recuerdo que cuando la madre de Marie falleció, mucha gente asistió al entierro. El deceso salió en los periódicos e incluía una foto de Marie y su padre siguiendo el féretro hacia el cementerio.


Marie era hija única y hubo de responsabilizarse de los quehaceres domésticos; su padre era un poco manirroto y su temperamento artístico no armonizaba con el pragmatismo de Marie, de modo que, tras morir su madre, discutían con frecuencia.


El ambiente en casa era tan tenso que, en más de una ocasión, Marie llegó a preparar las maletas para marcharse.


Tras la tragedia, su padre comenzó a beber con asiduidad. Un buen día, un policía vecino nuestro lo trajo a casa en coche patrulla.

Marie y yo estábamos en el balcón de su casa y vimos cómo salía del coche tambaleándose, sostenido por el policía. Yo, que estaba pasando ese día en casa de mi amiga, traté de consolarla mientras metíamos a su padre en la cama para intentar calmar su borrachera.


Las cosas fueron empeorando. Lo sé porque perdí de vista a Marie poco tiempo después.


Ese verano acabamos el colegio y Marie se fue a vivir al pueblo con sus abuelos.


El padre de Marie se volvió alcohólico y dejó de tocar el piano. Me imagino que mi amiga estaría tremendamente triste y enfadada.


En los últimos años soñé repetidas veces con mi amiga Marie,así que decidí contactar con algunos de sus parientes para averiguar que había emigrado a Paris hace unos años.


Le conté a mi hija Estefanía – que en la actualidad tiene veinte años y estudia en La Sorbona - la triste historia de mi compañera pelirroja de colegio y me animó a intentar localizarla.


Unos meses después mi hija me sorprendió con una gran noticia: !Había encontrado a Marie a través de Facebook!


Me emocioné profundamente y le pedí que por favor intentara ponerme en contacto con ella. ¿Qué habían pasado? ¿ Quizá Treinta y cinco años?


Estuve muy inquieta durante unos meses hasta que mi hija consiguió quedar finalmente con Marie. Una noche Estefanía me llamó entusiasmada para decirme que Marie era una preciosa y agradable mujer que poseía una escuela de música para niños en Paris.


Se casó con un francés mayor que ella y tenía dos hijos también músicos: uno tocaba el violín en la orquesta nacional de Paris; el otro dirigía con ella la escuela. Al parecer, el marido había fallecido recientemente.

Ahora, Marie, era una mujer viuda pero muy feliz.


Pasó algún tiempo hasta poder viajar a Paris para la graduación de mi hija; allí me esperaba la sorpresa de mi vida: Marie había sido también invitada a la ceremonia.


Podéis imaginaros la intensa emoción que sentí al reencontrarme con mi bella amiga.


Nos sentamos en un precioso café de Paris cerca del Museo Picasso y me trasladó a un tiempo pasado que parecía olvidado en mi corazón.


Entonces me contó su historia:


A los dieciocho años, Marie se escapó de casa portando su maleta y saliendo en el primer autobús hacia la capital. Con el dinero que había robado de una lata de galletas de su abuela, cogió el primer tren para Paris.

Sin nociones suficientes de francés su impulsiva decisión le impidió diseñar un plan de acción. Sólo pensó que los artistas debían ir a Paris y que si ella quería ser uno de ellos debía sacrificarlo todo y luchar por su sueño.


Cuando llegó a Francia, estaba lloviznando y no había decidido dónde alojarse. Había cambiado sus billetes por francos en la estación, y comprado un plano de París. Con ello y su maletita resolvió adentrarse en el metro con destino a la Torre Eiffel.


-“Si vas a Paris, ¿qué ibas a hacer? Pues visitar la Torre Eiffel no?- Me dijo Marie con su adquirido dulce acento francés.

Eso hizo. Me contó que por ahorrar dinero no subió a la torre, pero se sentó en un banco cercano para admirar la belleza del monumento y observar a los turistas. En ese instante todo el mundo le parecía feliz y amable y ya no se sentía tan desconsolada.


Cuando se cansó, se dispuso a encontrar la parada de metro más próxima. Sabía que unos paisanos del pueblo emigrados hace tiempo tenían una especie de pensión llamada Lyon, o algo así: trataría de encontrarles.


Mientras giraba su mapa buscando orientación, un parisino de mediana edad y elegante sombrero le preguntó si necesitaba ayuda. Ella le respondió torpemente que buscaba la parada de metro y al no ser capaz de comprender las indicaciones de aquel hombre, éste se ofreció a acompañarla.


Parecía que al parisino le gustaba hablar porque no dejaba de hacerle preguntas que Marie apenas podía contestar en su paupérrimo francés. Llegó un momento en que ambos permanecieron en silencio. Mientras dejaban atrás el símbolo de Paris, Marie se puso a cantar.


Entonces el hombre, sorprendido, le pidió con un gesto que siguiera cantando mientras él se acomodaba en un banco.


-“!Era tan feliz que no podía dejar de cantar! Paris me había liberado de alguna manera de mis penas y la voz me salía directamente del alma”- me explicó Marie. “Creo que era una cantata de Bach, pero no me acuerdo”- y continuó con su historia.


Nuestro parisino era un apasionado melómano, también heredero de una de las mayores fortunas de Paris: allí mismo se enamoró de Marie.


Iniciaron una vida juntos rodeados de música y todas las cosas bellas que a ambos les gustaban.


Mi amiga pelirroja no devolvió el dinero robado de la lata de galletas, pero tampoco regresó al pueblo.

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