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  • Foto del escritorPilar Paredes

El billete de 50$

Actualizado: 25 oct 2020

Una historia basada en hechos reales.

Billete de 50$

Mi amigo y yo vivimos como inmigrantes en NY desde hace más de veinte años


Nos conocimos hace aproximadamente diez, y pronto nos hicimos amigos. No sólo coincidimos en la misma empresa durante un tiempo, sino que tenemos muchas cosas en común.


Una historia paralela y una procedencia similar.


Ambos buscábamos nuevas oportunidades para desarrollar nuestra carrera, ya que en nuestros países natales no lográbamos encontrar el puesto de trabajo idóneo.


Andando el tiempo hemos ido intercambiando anécdotas y experiencias y nos gusta quedar en Central Park, de vez en cuando, para hablar de nuestros orígenes.


Mi amigo se llama Richard y es mi jefe actualmente.


No resulta frecuente tener este tipo de relación con un jefe: Muchos diréis que prácticamente imposible. Pero quizá Richard y yo estábamos destinados a esto, por explicar de algún modo nuestra relación.


Nuestro primer encuentro se produjo a través del trabajo, y cuando Richard me habló de montar su propia empresa, no dudé un instante en unirme a él. .


Richard tiene auténticas cualidades de liderazgo, al contrario que yo, que no soy exactamente un “seguidor”, sino más bien un “alma libre”: Prefiero me hagan un encargo y me dejen tranquilo.


Ambos estábamos cansados de trabajar para otros y concluimos dar el paso y trabajar para nosotros mismos.


Al principio fue muy duro, discutíamos a todas horas y no veíamos claro cómo ocupar nuestro lugar en un sistema tan competitivo como el nuestro. Pero cuando perfilamos bien nuestros intereses, centrándonos en el proyecto en sí y aparcando nuestros “egos”, la cosa comenzó a funcionar.


Richard y yo somos distintos, a él le encantan las fiestas, tiene una casa con jardín donde hace barbacoas e invita a todo el mundo. Yo, sin embargo, soy más bien un lobo solitario y mi única pasión son los conciertos de música clásica.


Pero los domingos por la tarde son sagrados y nadie nos arrebata nuestro paseíto por Central Park.


Me he fijado que Richard siempre le da algo al mismo mendigo: Un anciano borracho que vemos siempre empujando un carro o tirado en un callejón cerca de la sede de nuestra empresa.


El tipo tiene mal aspecto, pero además siempre está de malas pulgas; a menudo lo hemos oído maldiciendo en nuestro idioma mientras atiza patadas a la basura.


Hace poco le pregunté a Richard si lo conocía de algo, pues me daba la impresión de que cuando éste le dejaba unas monedas en el bote de café, parecía que el anciano bajaba la mirada.


-“Es Mr Ducks” me dijo Richard, ¿no le recuerdas?, me preguntó.


-“¡En serio!”, me sorprendí. “¿Estás seguro? ¡No puede ser!”


Entonces me acordé de Mr Ducks.


Ese no era su verdadero nombre sino que acabó siendo el mote que los empleados utilizaban para referirse a él cuando no estaba delante.


Mr Ducks había sido nuestro jefe cuando Richard y yo nos conocimos. Él también fue un emigrante que había hecho carrera en el país y nos dio a ambos la oportunidad de trabajar en su empresa.


Parecía un tipo amable, con un gran don de gentes. Decíamos de él que podría venderle un coche a un ciego y convencerlo de que podría conducirlo.


Ahora se puede decir, que casi es una realidad.

Pero volviendo a Mr Ducks...


Dicen que el éxito puede sacar lo peor de ti y creemos que él es claro ejemplo de ello.


Con el tiempo el carácter de Mr Ducks fue volviéndose déspota y agresivo y cuanto más dinero ganaba, peor trataba a sus empleados:

Cada vez que entraba en la oficina, intentábamos escabullirnos porque en ocasiones cogía “manía” a un empleado, haciéndole con ello la vida imposible.


A mi dejaba relativamente en paz, quizá porque pasaba más desapercibido. Pero quien sí lo pasó mal fue mi amigo Richard.


Richard era el relaciones públicas de la empresa, y un hombre atractivo que caía bien a todo el mundo, así que Mr Ducks no podía soportar que empezase a cobrar cierto protagonismo.


Un día Richard entró en el despacho de Mr Ducks con una interesantísima propuesta de un comerciante que quería asociarse con la empresa.

La proposición era muy buena porque nos permitiría crecer e incluso tener la opción de abrir una oficina en Philadelphia, ciudad con la que teníamos muchos contactos.


Cuando Richard expuso entusiasmado el proyecto a Mr Ducks, éste se levantó bruscamente de su silla y se sacó un billete de 50 $ del bolsillo, mostrándoselo a mi amigo mientras exclamaba como un esquizofrénico:


-“¿Ves esto?, pues mira lo que hago con él”- : a continuación tomó el billete, partiéndolo en dos mitades que después arrojó al suelo.


-“Yo con mi dinero hago lo que quiero y no necesito que nadie me diga cómo debo llevar mis negocios”- añadió iracundo Mr. Ducks.


Richard, estupefacto y casi enmudecido, insiste en que se trata de un buen negocio - “pero a fin de cuentas el dueño es usted: quizá ahora no sea un buen momento”-.

A continuación lo dejó solo.


Mientras mi amigo se dirigía a la salida del despacho, Mr Ducks se agachó encolerizado para recoger el billete roto, tartamudeando a gritos que él era el jefe y hacía lo que le daba la gana con su dinero.


Aquello fue un hito.


Toda la oficina fue testigo de la ira de Mr Ducks y supuso un cambio de trayectoria en la empresa.


Al día siguiente Richard me invitó a cenar a su casa y juntos iniciamos una nueva carrera.


-“¿Así que Mr Ducks es ahora un mendigo borracho?” le pregunté a Richard.


-”Eso parece”. Después de lo del billete de 50 $ muchos empleados decidieron dejar la empresa. A él le vino muy bien, pues pudo contratar a gente nueva por un precio menor creando así una nueva red de sumisos “esclavos”.


-”Pero no tuvo éxito, ¿verdad?”, inquirí.


-”No. Con el tiempo, los nuevos también se dieron cuenta de qué clase de jefe era y se marcharon. Siguió tomando decisiones equivocadas y la competencia acabó por aplastarlo. Realizó malas inversiones, perdió su casa, su mujer le dejó por el asesor fiscal y sus hijos ni siquiera le dirigen ya la palabra. Una historia muy triste”


-”¿Y ahora, cuando te lo encuentras le sueltas un billete de 50 $?”


Mi amigo Richard esbozó una enorme sonrisa mostrándome sus perfectos dientes blancos y no me contestó.


Seguimos caminando por el sendero otoñal del parque.

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