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  • Foto del escritorPilar Paredes

El friki

Actualizado: 25 oct 2020

Una historia basada en hechos reales.

Yo también tuve un amigo ¨friki”


Ahora ya está de moda presumir de amigo friki como en las películas de frívolos ricachones que quieren dar un toque exótico a sus fiestas adornándolas con un decorador homosexual o un yerno de color.


Pues ahora que seguimos coleccionando iconos representativos, parece que le llegó la hora al friki genio informático de las comunicaciones, fan de las camisetas de superhéroes y protagonista en series sobre chistosos superdotados.

Pero en mis tiempos los frikis eran esos tipos feos y raritos con granos que no se acercaban por decisión propia a ninguna chica y se fustigaban en la soledad de sus cuartos escuchando canciones de los ochenta con sus cascos de goma espuma en walkman de última generación.

Sólo ellos mantenían conversaciones sobre Sony y Spectrum en los pasillos de la biblioteca con sus otros compañeros raritos mientras veían alejarse a las chicas de sus sueños que nunca les dirigían la mirada, a menos que necesitasen a alguien como carabina secreta para acompañarla a la discoteca, donde el chico que les gustaba pudiese sentir algunos celos estúpidos por la chica que también se sentía rechazada.

Porque si éstos eran los frikis, también había chicas frikis que sumaban, a su falta de atractivo, grandes “gafotas" y notas sobresalientes en todos los exámenes de física y matemáticas.


En esa época nadie le ponía adjetivos a estas tribus escolares porque todavía no habíamos vista tantas películas americanas.

Simplemente eran compañeros y amigos - quizás mi grupo tuvo suerte -, pero nunca sufrimos burlas o discriminaciones. Al contrario, algunos de los raritos de todo sobresaliente en mi clase fueron grandes altruistas compartiendo conocimientos y corrigiendo los deberes de los más vagos.

Algunos incluso ganaron dinero por ello y llegaron a ser grandes empresarios del conocimiento… Pero eso es material para otra historia.


Mi amigo friki fue unos de aquellos seres anónimos del colegio y el instituto. No destacó por su gran inteligencia ni su aspecto extraño. Con un físico corriente, pasaba más o menos desapercibido; yo iba con él al colegio todos los días porque era mi vecino y estábamos en el mismo curso.


En los ochenta comenzó el boom de los ordenadores. Su padre era ingeniero de telecomunicaciones y le trajo uno enorme a casa para comenzar a familiarizarse con el trasto.


Desde que la máquina de plástico gris y pantalla verde entró en su casa, mi amigo Carlos mutó radicalmente: pasó de ser un tipo callado y taciturno, a convertirse en una metralleta que disparaba vocablos y números que yo no entendía, sobre las cosas que iba aprendiendo de aquel extraño artilugio.




Aún recuerdo el día que me invitó a su casa para imprimir mi nombre con la impresora que su padre le había regalado.

Yo también estaba asombrada; metros y metros de papel rayado y taladrado a ambos lados salía del monstruo punteando las letras gigantes de mi nombre, una tras otra saliendo de una especie de rodillo circular, segundo a segundo, emitiendo un sonido como de muelle de colchón oxidado.


Pero la verdad es que fue una fiesta, y no lo digo sólo por las coca colas y los phoskitos que nos ofreció su madre ( aún siendo entre semana ). Aquello era un acontecimiento y mi querido Carlitos se estaba convirtiendo en un genio informático.


Después del colegio vino el instituto y Carlos continuó con su afición.

Su habitación se convirtió en una especie de taller de mecánico para destripar artefactos y cables; el ordenador que le regaló su padre ya no se parecía nada al del principio, ahora nadie sabía por dónde empezaba o acababa y ni siquiera si era útil o un simple trasto en esa caótica habitación.


A finales de curso de nuestro último año de Instituto mi amigo Carlos y su primo salieron en el periódico.

Resulta que, mientras yo iniciaba mis primeros tonteos de carácter sexual con el guaperas del instituto, él y su primo se habían presentado al primer concurso para frikis informáticos del país y lo habían ganado.

Estábamos todos estupefactos: no teníamos idea de lo que habían hecho ni entendíamos nada de las demostraciones que nos daban.


El premio del concurso fue un viaje a Estados Unidos adonde fueron acompañados por su padre y su tío.

Fueron a visitar Washington y la sede de la Nasa en Houston, de donde me trajeron un pin de astronauta que aún conservo.


Nadie sabe hoy en día que mi amigo Carlos fue de los primeros en tener una comunicación por internet, antes de la web, desde su piso en la urbanización a través de kilómetros de océano con unos colegas americanos:

Tampoco que recibió contestación del propio Carl Sagan al mensaje de admiración del joven informático aficionado, en su pequeño cuarto atestado de cables mientras sus amigos intentábamos ligar en el salón bailando con Prince o Madonna.


Carlos es hoy en día un tipo callado y ya está calvo, pero cuando le tiras un poco de la lengua te cuenta historias increíbles de su época en la universidad y de las clases que impartió cuando se doctoró en Washington.

No son historias de medallas ni de fama, ni siquiera de éxito.

Él no es un friki de Silicon Valley ni se ha hecho millonario desarrollando una aplicación.

Mi amigo Carlos es un tipo sencillo y muy feliz con su trabajo, no le gustan los deportes ni las fiestas, si acaso algún que otro networking.

A él lo que le gusta es encerrarse en su habitación con sus bártulos y nadie sabe lo que hace allí dentro, ni siquiera su mujer que, actualmente, está de baja maternal por su primer hijo.


Carlos se ha casado con una americana mucho más joven que él, que fue alumna de doctorado en ingeniería informática de la Universidad en la que él imparte clases. Viven en un pequeño apartamento cerca del campus en New Haven, Connecticut.


Yo les visité cuando nació el niño al que han llamado Carl.


Me gustó comprobar que era muy feliz con su pequeña familia; le gusta el Campus y el grupo variado de profesores del departamento, se siente reconocido en su trabajo y de vez en cuando hace alguna publicación en una revista del gremio.


Tiene un coche familiar todoterreno que aparcan en la acera de su casa. No tienen garaje.

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