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  • Foto del escritorPilar Paredes

El aburrimiento

Actualizado: 25 oct 2020

Una historia basada en hechos reales.

Ayer por la tarde, en la caja del supermercado, conocí a una persona increíble.

Estando en la cola, un hombre de unos setenta años pero con aspecto sano y juvenil, soltó un suspiro - seguido de: ¡Qué aburrimiento! - al ver la espera prolongada por una mujer que enredaba a la cajera preguntando y cambiando de idea sin cesar sobre la compra y la cuenta.


Yo, justo detrás del hombre, me sentía totalmente de acuerdo con él y me sorprendió que se dirigiese a mí al salir del supermercado, iniciando un monólogo sobre el aburrimiento de muchas personas y la falta de respeto de otras.

Continuamos paseando en paralelo por la acera empujando nuestros carros, yo observándole con detenimiento, intentando averiguar que profesión tendría o había tenido en la vida, pues parecía ser un hombre educado que utilizaba un lenguaje pausado, escogiendo las palabras adecuadas sin resultar pedante.


El hombre se detuvo ante mí y me preguntó a qué me dedicaba y si estaba contenta con mi trabajo.


No puedo describir mi sorpresa ante tal iniciativa, pero enseguida me relajé cuando el hombre me explicó que íbamos en la misma dirección porque vivía en la acera de enfrente a la mía, se había mudado hacía unos seis meses y me conocía de verme salir cada mañana antes del amanecer camino del garaje para verme salir luego en el coche dirección al trabajo:


Dada las horas a las que me levantaba,- supongo que él tampoco dormía -, imagino que trabajaría lejos o en algún lugar que tuviese jornadas intensivas.

El vecino no andaba desencaminado; le confesé que trabajaba en el aeropuerto y debido a que mi trabajo estaba supeditado al horario de los vuelos, debía madrugar mucho en el turno de mañana.


El siguió hablando y trató de convencerme de la importancia de que mi trabajo fuese una tarea útil para mí o para muchos seres humanos.


El había pasado toda su vida aburriéndose profundamente en su trabajo, pero dadas las condiciones laborales y la carga familiar a la que se había sometido, pasó casi cincuenta años de su vida sentado en un sillón, esperando que algún día sucediera algo que le despertase de su profundo tedio dándole algo de sentido a su vida. El resumen de su biografía era simple:


Había estudiado una carrera tan útil como vulgar, aprobado una oposición y conseguido un puesto de trabajo estable en una oficina gubernamental que le permitía mantener una familia de tres miembros, pues aunque se casó a los treinta y el matrimonio tuvo tres hijos, dos de ellos murieron en una accidente de tráfico y quedó sólo con su mujer, la cual desahogaba su tristeza junto al hijo menor con quien, desde hacía más de cinco años, sólo compartía la cena de Navidad: el muchacho se había ido a vivir a Canadá, y a él no le hacía gracia montarse en un avión.


En este punto, me guiñó el ojo con una sonrisa amable y seductora que me hizo vislumbrar, por un segundo, el joven moreno y atractivo que debió ser en su juventud.


Era viudo desde hacía año y medio; su esposa, con la que presumía de haber tenido un matrimonio feliz y burgués, nunca superó la muerte de sus hijos mayores, y aunque intentaba volver a ser aquella novia risueña que iluminó sus tiempos universitarios, terminó siendo una esposa sumisa y aburrida que se conformaba con el seguro transcurrir de los días en los que nada malo sucedía a ninguno de sus seres queridos. -“Era una mujer bellísima que podría haber ido adonde quisiera; pero su espíritu alegre y aventurero se truncó por miedo a la vida”-, se lamentó. -“¿Será miedo a la muerte? Le pregunté, aprovechando que hacía una pausa para evocar alguna imagen en su memoria. -“No, a la vida, a la vida” -repitió insistentemente-

-“Pero la culpa fue mía, yo tenía un trabajo seguro y mediocre, me conformé con pagar la casa, el coche, las vacaciones, los trajes, los estudios, los hoteles, los viajes. Hice todo lo que creía que podía aportar como padre de familia a la vida que habíamos elegido al casarnos y tener hijos"


"Amaba a mi mujer y a mis hijos y aun no siendo demasiado religioso, consideraba que algún ser superior dominaba mi destino y que, al fin y al cabo, las cosas no iban tan mal si permanecíamos unidos, asumiendo juntos cualquier cosa que nos pasara" Suspiré emocionada, no estaba muy segura de si esas palabras me resultaban duras o amargas, pensé que quizá estaba un poco deprimido.


Continuó hablando: -“¿Crees que lo más importante en la vida es ser feliz?” Me preguntó. -“Supongo que si”-le contesté un poco insegura. -“¡Pues estás muy equivocada jovencita!, lo peor en la vida no es ser infeliz sino estar mortalmente aburrido.

Mi mujer y yo pasamos un trauma tremendo y nuestro matrimonio siguió unido, incluso puedo decir que el dolor nos unió mucho más.

Tuvimos una casa preciosa decorada por mi mujer que tenía mucha clase y educación.

Fuimos a los mejores hoteles, viajamos a muchos países; mi hijo es un hombre adulto que triunfa en sus negocios.

Tuvimos dos o tres perros, un loro y una moto. Pero si tengo que resumir mi vida en diapositivas, la que más se repite es la de un hombre sentado en una silla de cuero frente a una mesa de despacho firmando y sellando durante casi cincuenta años los mismos papeles, contestando a las mismas preguntas, guardando los expedientes en las mismas carpetas marrones del mismo archivo gris metálico de la misma oficina.

Saludando a los mismos individuos vestidos con los mismos trajes agrisados o marrones o azules, repitiendo las mismas palabras, día tras día, ocho horas diarias perdidas en un monótono y desangelado edificio de cemento año tras año, preso del hartazgo hasta el fin de mi historia laboral con la llegada de la jubilación” Justo al finalizar la última frase, me estrechó su mano y girando hacia la izquierda el carrito de la compra se metió en el portal de enfrente.

Yo seguí arrastrando el mío unos metros más hasta mi casa, tardé un poco en sacar la llave para abrir el portal:

Las palabras del hombre aún resonaban en mi mente…

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