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  • Foto del escritorPilar Paredes

El idiota (casos de éxito VI)

Actualizado: 25 oct 2020


Una historia basada en hechos reales.

Cuando lo vi no podía creerlo. Habían pasado 20 años, pero aún se le reconocía. Era el Idiota.


-“¿Es que no lo sabias?”- Me preguntó mi amigo de la infancia.


-“En absoluto, no tenía ni idea”. –le contesté- “Así que el idiota ha conseguido progresar en la vida. ¡Increíble!”


Entonces mi amigo me contó la historia de nuestro vecino - al que llamábamos “el idiota” con mucho cariño, si se nos admite la expresión -, y que no era realmente idiota, si no que comparado con el resto de los chicos, era un poco “distinto”.


En el mismo barrio nos criamos todos y aunque fuimos a diferentes colegios, los fines de semana jugábamos al fútbol y en las vacaciones de verano nos bañábamos en el río.


De lunes a Viernes no nos veíamos mucho porque cada uno se relacionaba con compañeros de clase, pero los fines de semana compartíamos aventuras. Cuando entramos en la adolescencia y nos empezaron a gustar las chicas, el idiota nos resultaba muy útil porque siendo generoso y manejando cantidades de dinero muy apreciables, siempre conseguía atraer a alguna chica hacia el bar donde jugábamos a las maquinitas. Les compraba polos a ellas y a nosotros nos daba monedas para “supermario”, a cambio de que les dejásemos “formar parte” de nuestra pandilla.




Esto no había sido una negociación pactada, sino que , como en casi todas las relaciones espontáneas de amistad, se había establecido que el idiota traía a las chicas y nosotros le llevábamos a todas partes. La verdad es que le queríamos sinceramente aunque no le impidiésemos nunca que se jugase la vida cuando la pelota se escapaba a la carretera y se tiraba bajo los coches a por ella.


A los dieciocho años muchos de nosotros empezamos la universidad, algunos aquí y otros fuera.


Recuerdo el último verano que estuvimos juntos. Tres de nosotros nos ofrecimos a trabajar en el complejo turístico de nuestro barrio, juntándonos en las horas muertas en la piscina del mismo.


No sabemos cómo el idiota se enteró de nuestras reuniones. El caso es que alguien le dijo que trabajábamos allí y el idiota decidió probar suerte.


Yo me lo encontré camino del complejo y me contó que había ido a pedir trabajo, mas lo rechazaron diciéndole que ya no necesitaban a nadie más.


En el fondo me alegré, la verdad es que a esas alturas de la vida ya no me apetecía tener a alguien detrás de mí todo el tiempo y menos que me viesen con un tipo tan raro, con la cara llena de granos y ropa hortera.


Sin embargo el idiota se empeñó y acabó presentándose a trabajar todos los días. Aunque no le pagaban ( de esos nos enteramos más tarde), aparecía cada mañana en el complejo y era el primero en abrir las sombrillas y colocar las hamacas.


Era tan aplicado que el encargado le hizo responsable de que los clientes siempre tuviesen toallas limpias a mano, y se aplicó duramente en la tarea de vaciar la cesta de las sucias e ir al almacén a reponer las nuevas. Así lo veíamos pasar de un lado a otro, un día tras otro.


Acabó el verano y todos nosotros regresamos a nuestras obligaciones estudiantiles. Todos salvo el idiota.


-“Pues ya lo ves, el tipo”- continuaba mi amigo- siguió yendo todos los días al complejo y aunque le decían que no era necesario, que no había ya trabajo en la piscina, el idiota iba y sacaba la basura, ayudaba en la hamburgueseria, hacía las chapuzas de mantenimiento…

No sé, acabó progresando.


Nunca supimos cuándo le metieron en nómina.


El caso es que, con los años, el complejo cambió de dueño, cerraron la hamburgueseria y ahora hay en su lugar un restaurante bastante bueno y al que va mucha gente.

¿Y a que no sabes quién es el dueño? ¡Adivina!”


-“Sí, ya sé, contesté resignado: El idiota”.

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