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  • Foto del escritorPilar Paredes

El mentor

Actualizado: 26 oct 2020

Una historia basada en hechos reales.


Nunca había tenido un mentor, pero algo que parecía del pasado empezaba a estar de moda.


Por su edad e inexperiencia le recomendaron que confiara en algún profesor de su facultad y le contase sus inquietudes, para que éste pudiera asesorarle sobre los pasos a seguir en el futuro.


Sabía que ahora, en las redes sociales existían grupos de mentores que organizaban eventos con el fin de asesorar a jóvenes inteligentes y perdidos entre tanta información.

Pero Raquel era muy tímida y presentarse a un desconocido a través del teléfono móvil le suponía un acto demasiado frío e impersonal. Así que probó con el profesor que le parecía más “enrollado y puesto al día”.

Tras la clase le propuso ir a verle al despacho para plantear su petición. Obviamente el profesor - el más joven del departamento - se sintió sorprendido y halagado. Quedaron en verse una vez a la semana, a última hora de la tarde, tras las clases. Raquel decidió pasar las tardes en la biblioteca y esperar que el popular profesor la recibiese en su despacho.


A menudo, como la biblioteca cerraba antes y el profesor era requerido por otros estudiantes, se sentaba en la antigua plaza de piedra de la Universidad, en el banco que rodeaba la estatua de Alfonso X El Sabio, enfocada hacia la puerta en espera de que el profesor le enviase un whatsapp para indicarle que ya podía subir.


En el mismo banco se sentaba todos los días un anciano canoso que solía ojear un libro o arrojar miguitas de pan a las palomas.


A fuerza de verse tantas veces comenzaron a sonreírse y a entablar conversación.


Raquel se presentó como una estudiante preocupada por su futuro, y él como un octogenario profesor de historia que añoraba sus tiempos de universidad.


Muchas veces el mentor de Raquel cancelaba sus citas o la hacía esperar eternamente debido a múltiples compromisos: reuniones, simposios, evaluaciones, etc.


Al principio esto le enfadaba muchísimo, pero con el tiempo sus charlas con el anciano acabaron atrapándola. Era muy distinto a lo que ella creía que debía de ser un hombre de su edad; aunque era un poco duro de oído, se inclinaba hacia ella con la mano izquierda en la oreja, asintiendo con la cabeza mientras la escuchaba.

Raquel acabó por sincerarse y desahogarse con el viejo profesor cuando la enésima discusión con su madre le inundaba los ojos de lágrimas.


Él no contaba muchas “batallitas”, pero respondía a la curiosidad de Raquel hablándole de sus hijos, de su difunta esposa, de los compañeros de colegio que ya habían muerto, de los libros, del mundo sin televisión…


El curso escolar avanzaba y su relación con el anciano se iba estrechando. Raquel dejó de visitar a su mentor.


Cuando la biblioteca cerraba, guardaba el móvil en su mochila y se sentaba junto al anciano sobre el banco que circundaba la estatua de Alfonso X.


Muchas veces ni siquiera hablaban, limitándose a contemplar los charcos de lluvia que el sol de la tarde bañaba de luz observando a los gorriones que sacudían las alas durante sus vespertinas abluciones.


Encontró a su auténtico mentor.

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